19.5.12

Olivia, la escribe cartas.


 Una foto gastada por el tiempo y un par de lágrimas saladas era todo lo que veían sus ojos. Estuvo evitando ese momento todo lo posible pero le era imposible alejarse más del recuerdo. Dos años pasaban ya desde la primera vez que su corazón tuvo que pasar por urgencias y mucho más de dos desde que se enamoró por primera vez. Olivia, la escribe cartas, miró su reloj, aquel en el que un día marcó la hora perfecta. Acababa de pasar el ecuador. Ya eran más de 730 días extrañándolo, opacada casi cada día por su sonrisa y con un nudo en la garganta que cada día crecía más y más.
 Se secó la tímida lágrima mezclada con un poco de rímel y respiró hondo. Abrió el paquete y su naufragio fue peor que el Titanic. Más fotos de ellos dos, más cartas, más besos escondidos, más sonrisas, más emociones de todo tipo, más días, más de todo; pero sólo de ellos dos. Respiró hondo una, dos, tres, más de cuatro veces para intentar serenarse. Pero no, le era imposible. Sorbió un largo trago de café y volvió a la carga.
 Dejó que sus ojos lloraran todo lo que tuvieran que llorar en cuanto sus manos ansiaron volver a tenerlo mientras  husmeaba sus días más felices. Todavía sentía su cálida boca en su oreja susurrándole que la quería y sus grandes manos que la hacían sentirse pequeñita. Olivia miró con atención su rostro dos años más joven. Se veía feliz, con ‘’dosis de felicidad aumentada’’ como lo llamaba ella. En algunas de las fotos se le dibujaban pequeñas lágrimas entorno a los ojos; era por él porque la hacía reír hasta llorar. Ahora se miraba al espejo que tenía enfrente de su cama. Ni mucho menos era la misma de antes. Tenía sus días más o menos felices, pero no había vuelto a ser querida desde entonces. Y, ni mucho menos, a amar de esa forma tan extrañamente loca.
 ¿Dónde quedaron esas cartas de amor que siempre se quedaban por el camino? ¿Por qué no volvían? ¿Por qué no tenían otro remitente, otras palabras? ¿Por qué? Esas cartas que un día la hicieron sonreír ahora sólo la hacían llorar de la rabia por contener tantas mentiras. ¿Por qué no la protegió como decía en todas las cartas? ¿Por qué no duró para siempre como los dos decían? Siguió mirando las fotos y se preguntó si algún día volvería a querer a alguien como lo quiso a él, si alguien la querría, si alguien la haría feliz. Suponía que la respuesta era un sí pero no las tuvo todas consigo. Era duro pasar cada día esperando encontrar a algún rostro nuevo en cualquier banco, cualquier calle, cualquier supermercado y no ver más que caras conocidas y gastadas por el tiempo.
 ¿Y si no podía volver a querer? ¿Y si se quedaba estancada, como cuando no sabes que jugada será la próxima de tu rival en ajedrez? No, no y no. Se negaba en voz alta. Tenía que volver a amar, es imposible estar enamorada de la misma persona durante toda la vida sin ser correspondido. Pero ya eran dos años y la magia del amor no miraba hacia ella. A lo mejor todo era una mentira y el amor sólo era un juego más, uno dónde había un ganador y un perdedor, nada más.
 Un mensaje alteró a Olivia hasta querer arrancarse los pelos. Era él. Otro naufragio muchísimo más grande que el Titanic de antes acudió a sus ojos. ‘’¿Me pasas los deberes?’’ Como una bombilla rota que se acaba de encender, lo entendió todo. ‘’No, nunca más’’ le respondió. Con aún el rímel esparcido por toda la cara y el moño medio caído, salió a la calle.
 Olivia, la escribe cartas, había vuelto al firmamento pisando fuerte. Tan fuerte que se llevó por delante a algunos corazones; unos perdedores, otros ganadores.

(Desaparecer del blog o ir entrando de poco en poco. Lo siento.)
*Laura.

9.5.12

Has entrado en mi vida de puntillas.


Te vi pasar por delante de mi vida sin permiso. Entrabas tú, con aires de superioridad, arrancando corazones por allí dónde pasabas, desafiándome con tu mirada inquietante. Pasaste (sin permiso, claro) y, sinceramente, me fuiste indiferente. Ya arrancaste demasiadas palabras de mi boca como para que ahora tenga que ser yo la que te diga que no eres nada: eso ya lo sabes. Tú y tu forma de hablar; siempre seguro, nunca titubeando. Y me hablas, hablas sin parar, pero yo estoy lejos. Demasiadas mentiras han salido ya de esos labios cansados de repetir la misma frase pero sin sentir nada en el corazón. Típico de ti. Ahora, con una sonrisa no del todo creíble, dices que te tienes que marchar, que se está haciendo tarde, que ya has rebuscado en mi vida y que sigue igual que siempre. Y te vas. Una vez ya lo hiciste, ¿por qué no hacerlo otra? Tranquilo, esta vez no has dejado huella si era eso lo que pensabas. La suave brisa de tu presencia acaricia mi mejilla pero sin detenerse demasiado. Esta vez has sido más rápido en desconcertarme. 



Nada ni nadie podrá derrumbarme hoy. Ni si quiera tú podrás quitarme la sonrisa.
*Laura.