Diferentes
formas de amar.
Max entró con muchísimo cuidado
en la vieja casa. Era grande, majestuosa y eso imponía un montón. Los pájaros
cantaban las últimas notas del día y la casa iba quedando oculta por los
oscuros árboles a medida que la luna iba apareciendo. Se notaba que la casa era
vieja ya que la madera estaba reseca y oscura. Tenía una gran torre en el
medio, con muchas ventanas y todas ellas cerradas. En el pueblo se decía que
esa casa ocultaba un misterio, no muy importante pero que nadie se había
atrevido a entrar en ella. Cuando Max lo escuchó, no dudó ni un instante.
Ahora se encontraba en el umbral
de la puerta y como antes había investigado sobre su misterio en internet, no
estaba muy seguro de si ese viaje valdría la pena. Encontró información sobre
las últimas personas que vivieron allí: fueron dos ancianos que murieron allí,
en la casa y antes de ellos sólo había vivido un matrimonio con dos niños. Max
dudó si entrar o no y en ese mismo instante sonó su teléfono móvil: era
Julieta. Era un mensaje de texto y decía:
‘’¿Cómo te va, detective? Me han
dicho que estás en esa vieja casa. ¡Me podrías haber llamado al menos ¿no?!
Sabes que me encantan los misterios y si son de amor mejor que mejor. Ya me
contarás mi querido detective.’’
Julieta, cómo no. Siempre con su
sentido del humor, pensó Max. A Julieta la conoció ese verano. Tenían la misma
edad y eran los únicos adolescentes en el pueblo. Guardó el teléfono y entró.
Había mucho color marrón y los muebles parecían de otra época. Entró en el
salón pero sólo vio más de lo mismo. Tan sólo hubo una cosa que le pareció
extrañamente rara: en el sofá, que era de color rojo intenso, se hallaban
montones de cajas con cartas dentro. Quizás sea eso el misterio. Cartas, cartas
de amor… pensó Max en el mismo instante en que se quitaba eso de la cabeza. El
gran misterio no podía ser sólo eso, debía de haber algo más. Los pájaros
seguían cantando al ritmo en que Max daba vueltas por la enorme casa. Nada,
todo era de lo más normal. Apoderado del cansancio se sentó en el sofá y empezó
a hojear las cartas. Eran todas para la misma persona menos unas cuantas. Todas
hacia el mismo lugar. Y siempre para el mismo destinatario: Arnold.
‘’Querido Arnold:
Hoy mamá ha decidido pintar mi habitación de azul. Eso me recuerda a
ti. Era tu color preferido cuando estabas aquí y espero que aún lo sea ¿eh? Ha
quedado muy bonita así que te enviamos una foto. Marc ya ha aprendido a decir
Ana. ¡Ahora quiero que diga Anita! Será difícil pero lo conseguiré. Papá me ha
dicho que en Semana Santa vendrás. ¡Tengo muchas ganas! Acuérdate de traer a
Sam ¿eh?
Te quiere,
Anita.’’
Anita enviaba la carta a
Inglaterra por lo que le debía de costar mucho dinero enviarlas. Había, por lo
menos, cien cartas y siempre eran para él. Max las siguió leyendo. Sentía que
estaba entrando en su vida sin permiso, apoderándose de sus sentimientos. Esas
cartas llevan aquí más de veinte años, se tranquilizó Max, esa niña debe de ser
ahora una mujer.
‘’Querido Arnold:
Mañana nos vamos a esquiar a los Pirineos. ¡Estoy súper nerviosa! Nunca
he esquiado y como estos días ha estado nevando mucho, ahora hay demasiada
nieve en las pistas. Mamá y papá están preparando la ropa necesaria y Marc ya
está durmiendo. Son las 10 y media y, sí, debería estar durmiendo. Pero quiero
volver a agradecerte que vinieras desde Inglaterra para vernos. Ya sé que te lo
he dicho miles de veces pero te lo vuelvo a repetir: gracias.
Te quiere mucho,
Anita.’’
Max se quedó impresionado al ver
lo mucho que quería Anita a Arnold. Eran hermanos y nunca había visto ese amor
de hermanos tan grande. Suponía que la distancia le hacía quererlo más. Arnold
le respondía alguna carta, no todas ya que aseguraba que tenía mucho trabajo.
‘’Querida Anita:
No me tienes que agradecer nada de nada. El que te tiene que dar las
gracias soy yo por estas cartas que me escribes. Me lo pasé genial esta Semana
Santa y me temo que hasta verano no podré volver a España. Tengo demasiado
trabajo, Anita. Ya sabes, el libro, la escuela, las charlas y todo ese rollo
como lo llamas tú.
PD: No te quedes hasta tan tarde escribiendo. Tienes que dormir.
Te quiere,
Arnold.‘’
Max seguía leyendo. Cada caja
eran las cartas de cada año. No se había dado cuenta pero debajo de la tapa de
la caja ponía el año. Esa que ya había leído era del año 1990. Ahora iría a por
el año 91.
‘’Querido Arnold:
Siempre imaginé que me enamoraría pero nunca pensé que sería de esta
manera. Ha sido todo muy inesperado pero fue súper bonito.
Estaba yo con Pau, el chico que te enseñé en la foto, y de repente me
miró a los ojos y empezó a declararse. Yo, atónita, me quedé mirando su sonrisa
que, por cierto, es preciosa y de repente me besó. Es el mejor, en serio.
Siempre atento a lo que me pasa, diciéndome algo especial, ¡cómo una película,
vamos! Sé que nada es eterno pero voy a intentar disfrutar lo máximo posible.
Atención: Eres el único que lo sabe así que ya sabes: ¡shhh!
Te quiere, más que a Pau,
Anita.‘’
A medida que leía las cartas,
Max, sentía que Anita era una persona especial. No sólo por su letra, que era
magnífica, sino también por como utilizaba cada palabra, por la sensación que
transmitían sus frases perfectamente ordenadas. Arnold nunca debió irse a
Inglaterra: Anita lo necesitaba. A Max le pareció entender en una de las cartas
que Arnold no pudo ir a su 15º cumpleaños. A pesar de eso Anita le siguió
escribiendo y diciéndole cosas bonitas pero ya no sentía la chispa de antes.
‘’Querido Arnold:
Ahora ya soy más mayor, no soy la misma niñita que viste hace dos años.
Tengo 16 y se está haciendo duro para mí. Sí, todavía sigo con Pau. Soy muy
afortunada de tenerlo conmigo, es un gran apoyo. Un día me preguntaste por
teléfono si todo iba bien y yo te dije que sí. Pero lo cierto es que te mentí:
nada va bien. Me han diagnosticado una extraña enfermedad en la que no puedo
mover casi las piernas. Es duro y te echo de menos.
Te quiere más de lo que te piensas,
Anita.‘’
Después de recibir esa carta
Arnold se fue directamente para España. Dejó atrás su libro, sus seguidores, sus
clases en la Universidad, todo. Anita lo necesitaba.
Max miró el gran reloj de la
casa. Marcaba las 9 y media. Se estaba haciendo tarde pero la historia de Anita
lo cautivó por completo.
Arnold no viajó solo a España:
con él se llevó 20 mil euros para la operación de su hermana. La operación era
muy complicada y eso implicaba ir mucho tiempo en silla de ruedas. Anita,
aunque tenía sus miedos, aceptó la operación. Después de mucho esperar y
sufrir, Anita salió de la sala de operaciones feliz, con más vida. Arnold
volvió a Inglaterra, pero no lo hizo solo: Anita iba con él. Arnold prometió
estar las 24 horas del día pendiente de ella, cuidándola, ayudándola, queriéndola.
Por supuesto, Pau fue con ellos. Anita comenzó una nueva vida en Inglaterra con
los dos hombres que más amaba. Una bonita historia que hizo que Max se conmoviera.
Unos años más tarde, cuando los
padres de Anita dejaron la casa, fueron a vivir allí unos ancianos que,
también, leyeron las cartas ya que Anita quiso dejarlas allí, en su ciudad de
origen. Max encontró la carta que esos dos ancianos enviaron a Arnold.
Explicaba lo de las cartas y decían que estarían a salvo en ese lugar. Max leyó
unas frases que le impactó bastante: ‘’Nosotros
ya no estamos para romances, ni para juegos de hermanos, ni para preciosas
aventuras. Nosotros ya hemos pasado lo nuestro y no ha sido poco. Pero gracias
a vosotros, a vuestra vida, vaya, nos habéis hecho sentir como si tuviéramos 20
años. Las mejores historias siempre perduran en nuestras memorias y en nuestros
corazones depende de la huella que nos hayan dejado. Ésta, sin duda, es de las
que se quedan en el corazón y estoy segura que si alguien encuentra todas las
cartas y las fotos, esa persona, ya no volverá a ser la misma. Este tipo de
cosas te hace pensar y creo que para bien.‘’
Max no podía creerlo: ¡parecía
una historia sacada de un cuento! Él, fuerte, que nunca se había derrumbando
ante nada ahora estaba conmocionado por la historia de Anita. Era de locos pero
la mujer de la última carta tenía mucha razón.
Arnold recibió la carta y les
agradeció de parte de Anita, que se encontraba mejor que nunca, a los señores las
maravillosas palabras. Les explicó que él estaba escribiendo una historia sobre
sus vidas y que le estaba costando. Bromeó diciendo que sería un ‘’bestseller’’
internacional pero los abuelitos creían plenamente en esa historia y creían que
de verdad lo sería.
El gigantesco reloj de la pared
indicaba las 10 y cuarto. Max reaccionó. Debía ir a contárselo a Julieta.
Estaba seguro que le encantaría ya que esto iba con ella. Debo decirle lo que
siento, el verano se acaba y a mí me queda poco tiempo aquí, pensó Max. Sé que
somos polos opuestos; ella, resplandeciendo belleza por todas partes, y yo,
buscando la felicidad entre las sonrisas de la gente. Pero según dicen los
polos opuestos se atraen y cómo dijo la señora que vivió aquí, la historia de
Anita no me ha dejado indiferente: me ha hecho pensar, reflexionó.
Corriendo como nunca lo ha hecho
volvió al pueblo intentando que un nuevo amor empiece y que una bonita historia
que contar no acabe.
*Laura.
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