3.6.13

'Todos somos polvo de estrellas.'


Una noche sin estrellas debe de ser muy triste. No es que la luna por sí sola no tenga belleza; sí que la tiene, y mucha. Ella es como nuestra madre: nos vigila, nos alumbra, nos guía el camino a casa. La luna siempre te mirará con una sonrisa y unos ojos bien abiertos queriéndote decir: ‘’ten cuidado, si te pierdes yo te encontraré’’. Siempre la he mirado con cierta ternura, con cierto cariño. Y es que, al fin y al cabo, ella está siempre ahí arriba, incluso cuando es de día.

Pero hay algo en las estrellas que las hace preciosas. Creo que son pedacitos de nosotros. Cada persona pertenece a una estrella. Cada persona tiene su lugar en el universo. Entre lo inimaginable y lo infinito. Quizá la estrella que está ahí arriba es la valentía que te falta para decirle al chico que te gusta lo que sientes. Quizá esa estrella es el coraje que no tienes para decirle a una persona ‘no’. Quizá es el romanticismo que te falta para conquistar a la chica de tus sueños. Quizá esa estrella es muy grande porque es la prepotencia o el mal humor o el estrés que te sobra. Quizá, poniendo de tu parte, puedas hacerla un poco más pequeña y disminuir tus defectos o, quizá hacerla más grande y eliminar tus inseguridades.

Pienso que, sin las estrellas, la luna no tendría la misma sonrisa de siempre y que la noche sería más oscura aún. Nosotros nos perderíamos sin ellas y ya no sabríamos diferenciar lo bueno de lo malo.

Cada vez que miras hacia ellas, es como si abrieras una puerta hacia el infinito. Puedes ser quién quieras ser, en cualquier sitio. Es como si te miraras en un espejo a ti misma, con la edad que quieras y en la situación que tú elijas.

Cada persona tiene su lugar especial para mirarse a sí misma. Mi lugar ideal, sin duda alguna, son las escaleras que conectan mi casa de verano con el resto del pueblo. Ahí es dónde puedo mirarme, juzgarme, cambiarme, construirme y deshacerme. Ahí es dónde puedo ser yo en cualquier momento de mi vida.

Esa noche abrí la puerta de mi vida y me vi a mí misma bajo las mismas estrellas. Estaba yo en el verano de 2010, en las mismas escaleras, con mi mejor amiga. Todavía oigo vagamente la melodía de las canciones que cantábamos, todavía puedo oler nuestros cuerpos recién salidos de la piscina. Recuerdo sonrisas en nuestros rostros, conversaciones estúpidas, felicidad extrema. Y una única promesa: amigas para siempre.

Miro un poco más cerquita y veo a 5 chicas en una noche de ‘fiesta de pijamas’ bajo las mismas estrellas. Esa noche no pareció una noche, sino un día más. 5 chicas que querían comerse el mundo hablaban sobre futuros perfectos y promesas jamás cumplidas. Tan sólo éramos eso: 5 chicas queriendo vivir. Los pasillos de nuestro instituto nos vieron conocernos, querernos, separarnos, pelearnos, volver a querernos y, finalmente, decirnos adiós. Los pasillos de nuestro instituto ahora se preguntan dónde estamos, qué hemos hecho con esas 5 chicas y por qué las hemos dejado escapar. Sólo las estrellas saben las respuestas a esas tan ansiadas preguntas.

Ahora, intento fijarme en la parte de la estrella que contiene el amor. Estoy yo, en una noche de Diciembre, abrazada a un chico que no tardó mucho en irse. Mariposas volaban cerca de las estrellas haciéndolas bailar de felicidad. Sus ojos marrones miraron hacia mi estrella antes de posarse en mis labios y, la estrella, guardó esa imagen para siempre. Ahora, puedo notar la diferencia entre la mirada enamorada de antes y la mirada indiferente de ahora.

Miro otra vez hacia la estrella y aparezco hace unos meses saltando de alegría al enterarme de que por fin podré abrazar a una perfecta desconocida (que conozco muy bien) después de miles de conversaciones, de risas y sonrisas detrás de la pantalla de un ordenador y después de 652 km separadas. 

Miro más cerca aún y mi estrella me recuerda la sonrisa de hace unos meses al encontrarme de casualidad a un perfecto desconocido en los pasillos de mi instituto. No le sonreía a él, sonreía a mi estrella por recordarme que puedo encontrar mi felicidad en un sitio como ése.

Después de recordarme quién soy, me incorporé y me senté otra vez en las escaleras de mi pueblo. Siempre que me siento perdida y sin rumbo alguno vengo aquí. Es una buena forma de recordarme a mí misma las pequeñas cosas que me hacen feliz. Cada vez que miro mi estrella me doy cuenta de que, en el fondo, no he cambiado. Cuando me sienta perdida siempre estará ella para recordarme quién soy y quién no soy, por qué estoy aquí y por qué, más tarde, volveré a estarlo.

Cada persona pertenece a una estrella. Cada persona tiene su lugar en el universo. Entre lo inimaginable y lo infinito. Algunas brillarán más, algunas brillarán menos pero, al fin y al cabo, todas brillan. Todos tenemos ese centellante brillo en los ojos parecido al de las estrellas, todos dejamos esa estela al pasar al igual que hacen ellas. Todos convertimos en magia nuestra sonrisa al recordar un momento feliz.

Un mal día lo puede tener cualquiera pero las estrellas, como buenos almacenes de momentos felices que son, sólo recuerdan los pequeños detalles, las sonrisas inesperadas y la felicidad verdadera. Recuerda: todos somos polvo de estrellas. 



Sonrisas al recordar lo que un día fui y sonrisas al esperar lo que un día seré 
(y que, obiamente, escribiré para vosotros).

Lo sé, es un poco largo pero es debido a que es el relato que quedó en 2ª posición del Concurso Literario de mi Instituto. 
Si ha quedado en esa posición supongo que es porque vale la pena leerlo:)
*Laura.