Era un día caluroso, lo cual era raro ya que
estaban en Septiembre. Sam se sentó en el quinto banco del parque de al lado de
su casa como hacía desde hace cuatro semanas. Quedaba ahí con Lucas para pasar
un rato en buena compañía. Los martes y los jueves; de 3 a 5 y media. Sam, tan
diferente como de costumbre, llegaba al quinto banco diez minutos antes de su
encuentro. Observaba cómo los verdes árboles se zarandeaban de un lado para
otro y las frágiles hojas caían sin rumbo alguno. Y entonces, como cada día que
se sentaba ahí, empezaron a aparecer las personas, ajenas a su vida, que
protagonizaban la historia de esos grandes diez minutos.
Apareció la pequeña Natalia con sus dos
trenzas mal hechas. Siempre con el boli en la mano, siempre murmurando pequeñas
frases de amor. Saltando y riendo de la mano de su padre pasó por al lado de
dónde se encontraba Sam. La niña sonrió a Sam enseñando esos pequeños dientes
aún por caer.
Sentado en el banco de enfrente, el anciano
Giorgio, daba de comer a las pequeñas e indefensas palomas. Cada día que pasaba
se iba consumiendo más y más sentado en ese tranquilo banco. Pero él era feliz alimentando
a las palomas que no tenían nada que comer, era feliz ayudando a los demás.
Paula e Iván caminaban muy cerca el uno del
otro. Una ráfaga de aire se posó sobre el delicado flequillo de la chica y dejó
al descubierto un rostro sonrosado y lleno de vida y felicidad al estar al lado
de él. Iván sólo de dedicaba a ser un buen amigo acompañándola al instituto y
explicándole viejas historias que la hacían enamorarse cada día más y más.
Porque, sí, se veía a kilómetros que estaban destinados el uno para el otro.
Aunque ninguno de los dos lo supiese.
El camarero de la esquina empezó a sacar las
mesas y las sillas afuera. Siempre puntual, siempre haciendo su trabajo. Era lo
que le gustaba pero necesitaba algo más, se notaba que necesitaba algo más. Una
chica, con el pelo despeinado y el rímel esparcido por toda la cara, se sentó
en la silla que acababa de poner el camarero. Ella estaba triste y él, en
cuanto se miraron a los ojos, notó una chispa que le hizo sonrojarse.
Era la historia de diez minutos, de seis
personas desconocidas, de instantes que cambian la vida y que,
irremediablemente, son para bien. Sam, atenta a cualquier cambio en la
historia, fijándose en cada detalle, no se percató de que Lucas estaba de pie a
su lado hasta que él murmuró:
-Sam tengo que decirte una cosa
muy importante. Es complicado pero debes saberlo.
Sam sonrió a pesar de sus extrañas palabras y
se dio cuenta de que, la verdadera historia, estaba justo delante de ella, con
las manos sudorosas y una mueca de esperanza pintada en la boca.
(¿Veis? Sigo aquí, con una sonrisa de oreja a oreja y no, esta vez no me volveré a ir. Me quedaré aquí para siempre.)
*Laura.